Me encanta contar historias, de hecho es parte de mi profesión. Disfruto ayudando a generar historias reales, bonitas y memorables a proyectos/entidades/personas. Es eso que la modernez llama storytelling, construir el relato y demás nombres milongueros para nombrar a el contar una historia de toda la vida.

En mis formaciones #Aprender_a_contarlo repito constantemente que debemos generar anclajes emocionales con el oyente/auditorio, generar imágenes en sus cerebros e intentar ser memorables (otro día os doy la turra con estas teorías mías en un articulo especifico).

Es por eso he decidido  reinaugurar mi blog contándoos una historia, mi historia.


Nací en Córdoba (España). Por ajustes del destino, pero nací en Córdoba. Mi familia hacía todas las navidades como hacen los judíos, brindaba por las

Sergio y su ombligo al sol

próximas fiestas en León. Mi hermana mayor y mi hermano pequeño han nacido en León, pero yo no. Cosas que pasan, otro día os lo cuento.

Libra, equilibrado, como la balanza (eso dice el horóscopo). 30 de septiembre, como siempre al filo de la navaja.

Cuentan que tarde en hablar. No recuerdo cuanto, pero sí sé que eso imprime carácter. Las palabras tardías se han convertido en penitencia para quien está cerca de mí. Hablo mucho. Mucho a veces es demasiado.

De pequeño yo no iba al parque periurbano de Los Villares  (un lugar propio de cualquier cordobés «de bien») los domingos o fiestas de guardar, yo iba al ICONA. Malas pasadas de un cartel indicativo y reminiscencias de otros ICONAs que hay en León. El motivo de la confusión podría estar en lo grande de las letras en el cartel de entrada, que jugaron al despiste con mis papás y desde un primer momento bautizaron aquel mágico lugar con el nombre del Instituto para la Conservación Natural. El caso es que en casa íbamos mucho, mucho es mucho, al ICONA (léase Los Villares).

Sergio y su caballo (de peluche)

Cuando era niño me gustaban los caballos, bueno en realidad mi caballo. Parece ser que tenía un caballo blanco. Un caballo que yo iba a ver e incluso lo cepillaba, lo montaba y me paseaba. El mundo de la hípica no duró mucho. Sobre todo porque nadie veía mi caballo nada más que yo. Mi caballo estaba “aparcado” en Los Villares y supuestamente cada vez que iba yo lo veía. Realmente nunca existió ese caballo y a día de hoy lo sé, pero cada vez que en reuniones familiares se habla, cada vez que se lo cuento a amigos, yo sigo viendo mi caballo blanco.

Probablemente cualquier aprendiz de psicólogo me diagnosticaría algo extraño con precisión propia de Freud, particularmente me da igual. Tenía mi caballo y punto. Mi vida interior de niño hizo que, afortunadamente, de mayor la siga teniendo. Ahora no tengo caballo, pero tengo otras cosas. Cosas irreales, pero que pueden llegar a ser reales. Supongo que por eso todos los días me levanto pensando en eso, en cosas que poder hacer, en que cuando todo esté tranquilo alborotarlo.

Mis recuerdos de niñez están vinculados a la construcción. No de la burbuja inmobiliaria, de la burbuja Tente, Exin Castillos y Lego. Mi mamá ponía una manta en el suelo para no coger frío y volcaba el tambor de detergente de lavadora marca Colón (Busque, compare y si encuentra algo mejor cómprelo) lleno de piezas mezcladas de juegos de construcción. Mis preferidos, los Tente. Tente para cumpleaños, Navidad y cualquier celebración que se preciara. Llenaba la manta de ilusiones y juegos, de arquitectura imposibles, vehículos intergalácticos construidos a base de piezas con motor imaginario a reacción. El Tente era mi amigo, incluso una vez a la semana me bañaba con él y limpiaba las piezas cuando mi mamá me sacaba de la bañera con la promesa de “mama, limpio el tente y no me mojo”. Mentira absoluta. Era imposible no mojarse las mangas del pijama azul al recoger todas las piezas que flotaban en la bañera. El siguiente paso era secar una a una las piezas mientras se hacía la cena. El fenómeno catarsis normalmente ocurría las tardes de los domingos. Por eso me gustan los domingos. Los domingos volvías del campo, volvías de Los Villares, volvías de ver a ese caballo imaginario y te bañabas con las piezas del Tente. Gran día.

Continuará…

PD: mientras me animo a escribir más partes de una biografía que a nadie interesa escucho a mi admirado Tarik  hablando de domingos, ya sabes, uno de mis días preferidos.